Las comunidades humanas del neolítico, cuya supervivencia dependía de la naturaleza, veneraban conjuntamente a sus muertos y traducían colectivamente en la piedra su esperanza de una regeneración y de una renovación. Este culto funerario se asocia al de una diosa de la fecundidad, según se desprende de los templos de Malta, cima de megalitismo entre el IV y el III milenio, aunque los más antiguos, los de Europa atlántica, datan del V milenio. Siendo el de Stonhenge (Inglaterra) el más famoso.