En un lugar de la basílica de San Isidoro hay una barrica de roble. Solamente el abad y el administrador de la colegiata saben el lugar donde se halla esta barrica de vino, solo ellos tiene las llaves para abril la puerta trás la que se encuentra.
Francisco Rodríguez, abad de San Isidoro, asegura que la misteriosa barrica existe, que sólo se abre en Jueves Santo, contiene 11 cántaros de vino de hace casi mil años.
La barrica procede del siglo XI o XII y dícese que la llenó de vino Santo Martino de León; vino que tiene solera de casi ochocientos años. Todos los años se observa un ritual ceremonioso; el abad saca una jarra de vino de la barrica y repone dos jarras de mosto, dicen que el resto de evapora o se impregna a través de la barrica. Lo hacen en Jueves Santo, después del Santo Oficio, probándolo ellos y luego los demás canónigos.
Dicen que en pasadas épocas, el día de la extracción del vino ocurría en Nochebuena, después de la misa del Gallo, porque era día de ayuno que ya se rompía tras los divinos oficios y servían el vino. Y cuenta don Antonio Viñayo que alguno de aquellos canónigos, tras el trasiego del licor oía cantar el gallo de la torre; ese gallo dorado que remata el románico campanario del templo, que es todo un símbolo leonés. Aquellos que lo han probado aseguran que el vino es muy fuerte, casi como coñac, dulzón, es como néctar y ambrosía de los dioses del Olimpo.