En la noche del 23 al 24 de junio los gallegos –al igual que en otras zonas de España y del mundo- hacemos lo posible por contemplarlas, procurando invocar al bien y alejar al mal, y deseando que los buenos conjuros nos ayuden hasta el siguiente 23 de junio. Es la conocida como: una noche, junto con la del 31 de diciembre (San Silvestre), en que las brujas despliegan una gran actividad y se producen desde el anochecer y hasta el canto del gallo febriles luchas entre luces y sombras, entre el bien y el mal.
Cuentan las leyendas que, cuando se pone el sol que alumbra el día del 23 de junio, las «lareiras» de las brujas se convierten en improvisados laboratorios donde potes, ungüentos y conjuros se mezclan en combinados conjuros y como preámbulo de su vuelo nocturno. Pero también «hailas» que deciden recibir el solsticio al amparo de los montes, en una barca que surca el mar o en reuniones en descampados, cuevas, ríos y riachuelos, así como en campos despejados. De ahí que hasta en el lugar más recóndito de Galicia se encienda una hoguera como símbolo purificador y protector. Es el fuego que, una vez hecho brasas, se salta al grito de «Meigas fóra» con el fin de alejar los males que puedan avecinarse. Es, pues, alrededor de una hoguera donde la simbología encuentra su máxima expresión y presencia popular: reunidos en torno al fuego, se canta, se baila, se come y se bebe con el fin de ahuyentar a los malos espíritus.
Días después del solsticio de verano se celebra en toda Europa la llegada del estío y el apogeo del sol. Con ritos semejantes y aceptada su procedencia de tradiciones célticas originadas en la Edad Media, en el santoral católico coincide con la festividad de San Juan y los rituales son restos de enraizados cultos al fuego, el agua y la tierra. Las hogueras de San Juan son el ritual más conocido y practicado: al fuego debemos de enfrentarnos para dominarlo y que nos conceda sus favores. Así, la manifestación popular de la hoguera se ha mantenido como una fiesta de hermandad, por lo que es muy común encontrarnos en las calles, las plazas, el monte o las playas numerosas hogueras organizadas por grandes y pequeños colectivos que adornan la celebración con cierta carga de superstición añadida entregando al fuego materiales viejos, inservibles o fatídicos; y disfrutando de la fiesta a través de la gastronomía, de ahí que sean tan populares las «sardiñadas» y churrascadas populares, así como la degustación de chorizos y vino del país.